
Neisi Dajomes es el nombre de moda: la atleta nacida en la comunidad oriental de Shell, en Pastaza, alcanza a sus 23 años la primera medalla de oro olímpica conquistada por una mujer en este país. Su grito de emoción, tras levantar 263 kg (118 kg en arranque y 145 kg en envión), estremeció al país entero, que ayer domingo se levantó más temprano que de costumbre para atestiguar lo que los expertos vaticinaban: la esperanza de medalla. Y así fue. Su grito llegó acompañado de lágrimas de emoción y después el suspenso de la revisión de las imágenes por parte del jurado, quienes, finalmente, dieron el visto bueno para que Neisi se bañe de oro. “Tuvieron que pasar 53 años y 14 ediciones de Juegos Olímpicos para que una ecuatoriana mujer alcance una medalla olímpica dorada”, escribió Martha Córdova, experimentada periodista olímpica, que ha seguido de cerca la trayectoria de Neisi como de los demás atletas que están en Tokio.
Es que esta medalla de Neisi representa también un triunfo histórico de la mujer ecuatoriana, que en medio de las adversidades encuentra en sus seres queridos la fortaleza para triunfar. Eso pasó con Dajomes, quien perdió a su mamá y a su hermano, y al momento de recibir la medalla, ella estremeció al mundo con su dedicatoria: se tatuó a fuego en su piel “mamá y hermano”… mientras esbozaba lágrimas en su memoria. Su mamá, Sandra, perdió la vida en mayo de este año. El dolor está fresco, porque todavía no terminaba de superar el golpe por la partida de su ejemplo a seguir: su hermano Javier, quien falleció el año anterior, y que, inconscientemente, sirvió de inspiración, porque Javier la motivó para que sea una halterista como él.
Neisi es la más fuerte de todas. Las superó de largo en el gimnasio, sin tambalearse como sus adversarias. Y cómo no iba a ganar de forma tan contundente, si Sandra y Javier elevaron los brazos de Dajomes hasta el cielo para tocar la gloria olímpica y bañar de oro a un país entero. Los golpes que la vida le dio, le permitieron a Neisi forjar su carácter y ser una campeona olímpica. Sandra y Javier, desde el cielo, están orgullosos de su pequeña campeona.
